Mexicanos celebran la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo
América Latina se está movilizando en la ampliación de los derechos civiles de las personas homosexuales, cuya libertad estuvo y en muchos aspectos sigue estando secuestrada por los santos custodios del pensamiento obtuso y obstruccionista. La igualdad ante la ley representa una aventura de largo recorrido y aún es mucho cuanto queda por andar, especialmente en Latinoamérica, tierra propicia al caudillismo de impostores y carismáticos farsantes.
Aun así, se van dando los primeros pasos en la dirección de la libertad individual: la ciudad de México fue la primera de toda América Latina en aprobar el matrimonio entre parejas del mismo sexo y ahora sabemos que la primera boda gay acaba de celebrarse en la Patagonia argentina a instancias de la gobernadora de la región, desafiando así el último veredicto de la Cámara Civil. Otros países de fuerte compromiso democrático como son Colombia y Uruguay atestiguan progresos en el mismo sentido.
Estoy por decir que no me explico por qué la gente pone tanto interés en unirse en matrimonio, pues se trata de un vínculo legal tan absurdo como arcaico. Puede que el matrimonio tenga alguna función en sociedades donde las familias necesitan establecer alianzas mutuas, pero en la era de tardorromanticismo en que vivimos el matrimonio no es más que una herencia histórica adherida a la mentalidad tradicional.
Dicho esto, sólo puedo saludar con alegría la legalización del matrimonio entre personas de igual condición sexual. Al permitir y proteger esta clase de situaciones jurídicas, México y Argentina se ponen a la vanguardia moral de América Latina. Hay que decir que la legalización de este tipo de matrimonios amplía los derechos de ciertos individuos (en realidad, amplía las dignidades de toda la ciudadanía) sin socavar en lo más mínimo el status de aquellas personas que nunca se casarían con otro individuo de su mismo sexo. Así, estaríamos hablando de un bien para muchos que en ningún caso representa un mal para algunos. Hacemos un poco más feliz a un segmento de la población sin que ello tenga por qué decepcionar a los restantes.
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