G.W. Bush le entrega a I. Kristol la Medalla Presidencial de la Libertad
Ha pasado poco más de un mes desde que en la que siempre fue su casa, Nueva York, falleciera Irving Kristol. Descendiente de primera generación de emigrantes judíos europeos, a Kristol se le señala como el padre del conservadurismo renacido. Bien, lo más curioso del caso es que Irving Kristol se identificó en su juventud como un trotskista de primera hora, miembro de la Cuarta Internacional en 1940. Al respecto, no es ningún secreto que la evolución ideológica de este analista político experimentó un giro casi copernicano que le llevó, en cosa de dos decenios, del talmudismo comunista a la vanguardia de la acción conservadora pasando por una profiláctica postura socialista de transición.
Desde que en 1972 anunciara su intención de votar a los republicanos en la figura del candidato George McGovern, Kristol ha sido consejero de Richard Nixon, Ronald Reagan y Georges W. Bush. Llegados a este punto, quisiera detenerme un momento en su colaboración con el presidente-actor, ya que fue bajo la Doctrina Reagan cuando la persuasión intelectual neoconservadora adquirió su carta de naturaleza en el nuevo mundo. No descubro nada si hago referencia al parentesco que guardan entre sí las administraciones de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y no es menos sabido que el presidente americano y la dama de hierro buscaron consejo en asesores de mentalidad bien dispar. Si el pensamiento neoconservador de Irving Kristol se traslucía en la estrategia política llevada a cabo por Reagan, el hombre que susurraba al oído de la Thatcher ha sido nada más y nada menos que uno de los apóstoles del liberalismo austríaco. Me refiero, claro está, a Friedrich von Hayek.
Pero no acaban ahí las paradojas; ya adelantamos arriba la ascendencia trotskista de la teoría política de Irving Kristol; lo cual, lejos de ser una salvedad, constituye la nota dominante en la patrística neocon. Por insólito que parezca, son legión los neoconservadores reconocidos que fueron deslizándose desde posiciones socialistas hasta abrazar principios como la aplicación de un bajo índice impositivo, una política internacional invasiva o una lectura mínima de los derechos sociales de los ciudadanos. Un nuevo ejemplo de ello es Jeane Kirkpatrick, afiliada al Socialist Party of America durante sus años de estudiante en la Universidad de Columbia, centro al que también asistió Norman Podhoretz, otro neocon de pasado socialista y origen judío como Kristol, que coincidió con él en el consejo administrativo de la revista pro-hebrea Commentary. Y así podríamos ir citando a un buen número de conservadores de nuevo cuño.
Espero que este ejercicio arqueológico en la historia de los neocons haya servido para mostrar la facilidad con la que muchos individuos derivan entre una doctrina ideológica y otra.
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