lunes, 6 de diciembre de 2010

La obsolescencia y otros caprichos

Ella nunca lo haría
                                                                                         

Habremos oído quejas, nos hemos quejado nosotros mismos de lo poco que duran muchas de las mercancías que compramos hoy en día. Televisores, equipos de música, lavadoras o coches con una fecha de caducidad que en poco supera la de los yogures.

Vale que existe el fenómeno económico por el que las empresas tratan de estimular el consumo fabricando mercancías de usar y tirar. Pero no es menos cierto que también existe el fenómeno psicológico por el que los consumidores se cansan de sus bienes antes de que les llegue la edad de jubilación. Precipitamos el fin de las cosas, nos deshacemos de buena parte de nuestras pertenencias sabiendo que aún funcionan. Sin ánimo de posar de moralista, sugiero la hipótesis de que la impaciencia se impone como una forma de pandemia en la sociedad contemporánea.

Es un fenómeno relacionado con aquel otro que describe Adela Cortina, según la cual no es lo mismo hacer la compra que ir de compras.

Hay una erosión del tiempo en las cosas, y una erosión del tiempo en nuestro apego a las cosas.

Con todo, no faltan excepciones. Piénsese, sin ir más lejos, en las ciudades, el vino y lo que perdimos. Son cosas que el tiempo revaloriza; cosas que la mugre, los fermentos y la nostalgia revalorizan.

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