Dime con quién te juntas...
Hace mucho tiempo que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner viene desprendiendo el tufo de una auténtica olla podrida. La habilidad de la presidenta peronista para defraudarnos no tiene límites, y los despropósitos en que va cayendo cada dos por tres tampoco: políticas abocadas al colapso económico, estatalización de grandes empresas y sistemas de pensiones, restricción de la pluralidad de medios audiovisuales, guiños y más guiños al chavismo… Lo último es que Fernández de Kirchner amenaza con meter mano en los fondos del Banco Central para costear el déficit público ocasionado por sus locos dispendios. A la negativa de Martín Redrado, titular de la reserva, Kirchner responde dándole la patada como si de un empleado cualquiera se tratase.
No es ningún secreto que la mandataria argentina va quedándose sin apoyos ni argumentos. La van abandonando los socios y las razones; y así, perseguida por la paranoia, denuncia conspiraciones en su propio ejecutivo a la vez que dispara sin medida a punta de decretazo. Cuando aún ha de pasar un año antes de que se celebren las próximas elecciones nacionales, Fernández de Kirchner colecciona enemigos en todos los departamentos estatales y dirige el país de espaldas al Congreso, ninguneando a diputados y senadores.
Tras la administración de Fernández de Kirchner se esconde un peligroso mecanismo jurídico. Me refiero a la preeminencia del decisionismo sobre el normativismo, al predominio del decreto sobre la ley. En efecto, la Constitución de la Nación Argentina no legitima en modo alguno la imposición de la voluntad particular del presidente de la República, sino que especifica que la soberanía reside en la voluntad del Senado y la Cámara de Diputados.
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