Estamos asistiendo a una ola de revoluciones populares en el mundo árabe y, de manera especial, en el área de influencia de los pueblos bereberes. Se trata de una ola que nadie sabe muy bien en qué playa desembocará.
Hay quien habla de un conflicto generacional y quien apunta al auge de efluvios nacionalistas. En cualquier caso, los protagonistas proceden de clases populares descontentas con gobiernos soberanistas de tendencias autocráticas; gobiernos que, por lo demás, vinieron bailando al compás marcado por el foreign office estadounidense. Ironías de la vida: desde el estallido de los levantamientos, el despacho capitaneado por Hillary Clinton parece simpatizar con los revolucionarios.
El tiempo nos va a decir si somos testigos de una apertura a los procesos democráticos en la cultura islámica o si, más bien, vamos a presenciar el imperialismo de la teocracia monolítica al más puro estilo Ahmadineyad.
La Primavera de las Naciones norafricanas está aquí, pero lo importante es saber si soplan vientos nacidos de las fuentes del islam o si, por el contrario, son vientos procedentes de la cultura árabe. En el primer caso, podemos echarnos a temblar; en el segundo caso, tenemos licencia para soñar.