viernes, 27 de noviembre de 2009

El bien que del mal nos vino


Aquí arriba la vergonzosa foto de la que hablo

El Congreso, la cámara baja de las Cortes Generales ha aprobado a trámite el proyecto de reforma de la Ley del Aborto. Desde el punto de vista de la estrategia política, la noticia es motivo de disgusto; pero, desde el ángulo de los derechos subjetivos, podemos estar de enhorabuena.

Me llora un ojo porque esta aprobación a trámite puede entenderse por algunos como una conquista del Ministerio de Igualdad, esa trinchera infame de las feminazis, ese búnker de la discriminación positiva y galopante que enarbola la bandera del materialismo paritario y la torcedura mental. Si hay un borrón en la política social de las dos últimas legislaturas socialistas, ese es, sin lugar a dudas, la institucionalización de este atropello al sentido legítimo de la igualdad en democracia.

Dicho lo cual, debo añadir que me sonríe el otro ojo ante la perspectiva de que esta nueva Ley del Aborto vaya a continuar su curso parlamentario. En caso de que se implante, esta normativa ampliará los derechos y libertades de todas aquellas mujeres que, por iniciativa propia, quieran interrumpir su proceso de embarazo. Recordemos que la principal implicada en la gestación es la mujer encinta y, por tanto, debe ser ella quien tenga la última palabra acerca de lo que hacer con su propio cuerpo y su propia vida. Ellas deciden.

Son muchos los que dirán: ¿y qué hay de los derechos del feto? Bueno, pues la respuesta no puede ser más sencilla: el feto no es sujeto de derechos. Los derechos son de los ciudadanos y las personas que considero mis iguales, y hasta ahora no he conocido a ningún feto con el que pueda mantener una conversación racional o al que pueda atribuir sentimientos específicamente humanos. Por las mismas razones que discernimos una semilla de una planta en sentido estricto, estamos autorizados a decir que un feto no es un ser humano de pleno derecho.

Por cierto, la foto de las cuatro ministras del PSOE al cerrarse la sesión parlamentaria no puede ser más ridícula. Da vergüenza ajena verlas ahí posando como si el logro fuera exclusivamente cosa de ellas, las mujeres.

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